Revelan mucho más de lo uno a veces que quisiera.
Como un intimo apretón de manos, que te descubre frente al otro. En un ejercicio de abrazos, descubrí que tiendo a cargar con los problemas de otros. Recibiendo uno, me enamoré. Uno de los mejores abrazos de mi vida terminó en uno de los besos más deliciosos de la misma. Lo último que le di a mi abuelita, antes de que muriera, fue un abrazo.
Pero el día de hoy querida audiencia, quiero hablarles de un abrazo muy interesante. Uno que me tomó completamente por sorpresa. El abrazo de Thijs.
Thijs era una de los niños que cuidé en Holanda. Era el hermano mayor y en ese tiempo tenía doce años. La primera noche que me conoció, me regalo uno de sus peluches para que me acompañara a dormir en la noche. Era un dragón. Eso es Thijs para mi, una criatura mitológica. De esas que se escriben leyendas y esperas en secreto que existan.
Thijs siempre andaba tranquilo y con una sonrisa desenfadada en el rostro, de sus hermanos era el más tranquilo, pero no por eso el más calmado. Amaba montar bicicleta a toda velocidad, jugar con sus amigos y por alguna razón que todavía no me explico, encontraba placer en jugar futbol conmigo.
Digo que no me lo explico, porque jugar conmigo implicaba, ir constantemente detrás de la pelota cuando yo salía corriendo dirección contraria a ella, porque tenía miedo de que me diera en el rostro y me rompiera la nariz. Aun así Thijs siempre me pedía que jugáramos futbol, y al parecer, lo disfrutaba. Como dije una criatura mitológica.
Thijs me abrazó dos veces. La primera fue en mi primer mes en Holanda. Recuerdo que era de noche, estaba enferma, cansada y el encantador invierno holandés me sabía a mierda.
En Holanda no nieva, llueve. Normalmente de sorpresa y en combinación con un viento que literalmente hace el acto de montar bicicleta una prueba de fuerza de alto rendimiento. Ese día había perdido dicha prueba, me había mojado hasta el segundo apellido de mi abuelita. Estaba enferma, y extrañaba mi hogar. Ya listo para dormir Thijs se me quedó mirando y me dijo:
.
"¿Necesitas un abrazo cierto?"
La pregunta me sorprendió. Una de las razones por las que estaba más triste en ese momento era porque me sentía desconectada de todo el mundo. Me sentía sola y perdida y frente a mi estaba un niño de ojos azules y cabello rubio que me veía con toda la claridad del mundo. Que realmente me veía. Entonces simplemente asentí y él me brazo. Con ambos brazos rodeó mi cuello (éramos de casi la misma estatura) y me abrazo fuerte, sin reservas y con el cariño más desinteresado que jamás he podido sentir. Recuerdo sentir que el mundo se sentía menos solo. Luego me dedico esa sonrisa desenfada y se fue a dormir.
La segunda vez sucedió varios meses después, cuando la lluvia me había dejado de molestar y el viento, aunque retador, ya no me asustaba. Montábamos en bicicleta devuelta a casa y le dije "Voy a terminar con mi novio". Thijs me preguntó por qué y no supe responderle. Recuerdo que se quedó en silencio por un momento y de la nada me dijo "A veces las cosas son difíciles ¿No?" cómo siempre cuando su lógica me atacaba asentí. Esa noche terminé mi relación.
A la mañana siguiente un Thijs en pijama y semi dormido me sorprendió en la cocina muy temprano en la mañana mientras preparaba sus loncheras. Con los ojos entre cerrados me preguntó "¿Abrazo?" "Si" respondí. Esa vez el abrazo fue fuerte y cálido, lo supe recibir, lo supe entender mejor.
Incluso cuando regresé a Colombia, meses después Thijs me escribió preguntándome cuando volvería a Holanda. Había aplicado para una beca allá y todavía existía la posibilidad de volver. La pandemia, la vida y varias cosas que pasaron en esos meses nos dieron a ambos una respuesta negativa.
Thijs me enseñó mucho sobre los abrazos. Me mostró como pueden ser vehículos de reconocimiento, medios para hacerle saber al otro algo tan simple y sencillo como "te veo y hoy, por este breve momento, te acompaño". Con Thijs aprendí que todo el mundo merece ser abrazado.
Cuatro años después, no creo que Thijs extrañe jugar futbol conmigo, pero me gustaría pensar que a veces me recuerda, e incluso en pocas ocasiones me extraña. Mi recuerdo de él es vivo, está lleno de amor y cariño. A veces extraño ver su sonrisa desenfadada, o abrazar aquel dragón que me dio para que me acompañara en las noches. De vez en vez, hecho de menos esa pregunta "¿Necesitas una abrazo?" extraño responderle a él, que si.
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Siento que en la vida toda pasa cuando tiene que pasar.
Si querida audiencia, así de cliché es a veces la vida.